Para esta unidad, en la que continúa el Régimen de la Restauración (1.874) diseñado por Cánovas del Castillo tras la muerte de éste, nos apoyaremos en:
1) Monarquía parlamentaria (bipartidismo) de Alfonso XIII (1.902-23)
2) Dictadura de Primo de Rivera (1.923-30) y "Dictablanda" (1.930-31)
MATERIALES ADICIONALES:
1) Canción popular española "En el Barranco del Lobo", alusiva al revés militar de 1.909
2) Canción popular española "La Plaza de Tetuán", alusiva a las camapañas de O'Donnel y Prim en la década de 1.860, aunque recuperada en las campañas africanas del siglo XX (1.907-27)
3) Vídeo sobre la Guerra de El Rif
Bitácora (blog) personal con propósitos académicos de Saúl Martín González, arqueólogo, historiador y profesor de Geografía, Historia e Historia del Arte en E.S.O. y Bachillerato. Esta bitácora supone una herramienta de trabajo adicional, de apoyo a la enseñanza y estudio cotidianos. Puedes contactar a través del siguiente correo-e: saul.martin2@educa.madrid.org
lunes, 26 de febrero de 2018
martes, 20 de febrero de 2018
Orden ECD/42/2018, de 25 de enero, por la que se determinan las características, el diseño y el contenido de la evaluación de Bachillerato para el acceso a la Universidad, las fechas máximas de realización y de resolución de los procedimientos de revisión de las calificaciones obtenidas, para el curso 2.017-18
III Concurso de Investigación Histórica para alumnos de Bachillerato, curso 2.017-18
El
Colegio de Licenciados y Doctores en Filosofía y Letras y en Ciencias
de la Comunidad de Madrid y la Universidad San Pablo CEU convocan el III
Concurso de Investigación Histórica para Bachillerato para el curso
2.017-18. Tienes todas las bases AQUÍ
lunes, 12 de febrero de 2018
U8: Sexenio Revolucionario (1.868-74) y I Restauración hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII (1.874-1.902)
El Sexenio Revolucionario (1.868-74)
La I Restauración (1.874-1.902//1.931)
[…] Después de una breve discusión […] se acordó por unanimidad lo siguiente:
1.º Que el objeto y bandera de la Revolución en España es la caída de los Borbones.
2.° Que siendo para los demócratas un principio esencial de su dogma político el sufragio universal y admitiendo los progresistas el derecho moderno constituyente del plebiscito, la base de la inteligencia de los dos partidos fuera que por un plebiscito […] o por unas Cortes Constituyentes elegidas por el sufragio universal, se decidiría la forma de gobierno que se había de establecer en España, y siendo la monarquía, la dinastía que debía reemplazar a la actual; en la inteligencia de que, hasta que así se decidiese, había de ser absoluta la libertad de imprenta y sin ninguna limitación el derecho de reunión, para que la opinión nacional pudiese ilustrarse y organizarse convenientemente.
[…] que se reconocía como jefe y director militar del movimiento al general Prim.
5 de julio de 1867
Almirante Topete - "¡Viva España con honra!"
"Españoles:
la ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia (...) niega
su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal
intérprete de los ciudadanos (...) y resuelta a no deponer las armas
hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y
se cumpla. (...) Hollada la ley fundamental (...), corrompido el
sufragio por la amenaza y el soborno, (...) muerto el Municipio;
pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad; tiranizada
la enseñanza; muda la prensa (...). Tal es la España de hoy.
Españoles, ¿quién la aborrece tanto que no se atreva a exclamar:
«Así ha de ser siempre»? (...) Queremos que una legalidad común
por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos.
(...) Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las
fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio
universal eche los cimientos de nuestra regeneración social y
política. Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito
con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el
común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán
que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo la interminable serie
de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren ver
lo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del
derecho; con los ardientes partidarios de las libertades
individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley;
con el apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie
en cegar en su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el
pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues
no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni
decrete que España ha de vivir envilecida. (...) Españoles: acudid
todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre
(...), no con el impulso del encono, siempre funesto, no con la furia
de la ira, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la
justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!"
Parecería trabajo pueril, ante la
magnitud aterradora de la catástrofe, enumerar una por una las novedades que
hay que introducir en la gobernación del Estado para curar los males que la
Patria padece y evitar que se repitan (…). Hay que elevar la cultura del país
convirtiendo la enseñanza de bachilleres y doctores en educación de hombres
formados para las luchas de la vida y de ciudadanos útiles a su Patria. Hay que
organizar los Tribunales de modo que entre ellos y la conciencia popular se
restablezca aquella confianza que los desafueros de la política les arrebatara.
Hay que restaurar la hacienda fundándola en prácticas de sinceridad, trayendo a
tributar todas las manifestaciones de la riqueza, haciendo efectivo el principio
de la proporcionalidad en las cargas (…). Y hay, sobre todo, que purificar
nuestra administración, y destruir sin compasión y sin descanso ese afrentoso
caciquismo de que me repugna hablar, pero en cuya extirpación me emplearía con
tal empeño que, por sólo no lograrla, habría yo de considerar fracasados todos
mis intentos (…).
Necesidad imperiosa es que la vida
económica del país se desenvuelva sin las trabas de una centralización que
levanta entre nosotros ya alarmantes protestas. Ha de estar ciego el que no vea
que casi todas las regiones de España, en particular las que se aventajan por
su cultura, su laboriosidad y su riqueza, mirando quizá más a los efectos que a
las causas, atribuyen a la índole misma y a la organización del poder central
los malos resultados de la política seguida hasta aquí (…). Bajo poderes
vigorosos que mantengan la unidad política, refrenando enérgicamente hasta la
más breve tendencia a disgregaciones criminales e imposibles, yo no veo
inconveniente, sino más bien ventaja, en llegar a una amplia descentralización
administrativa (…).
"Varones Ilustres, ¿hasta cuándo se-
réis de corazón duro? ¿Por qué amáis
la vanidad y vais tras la mentira?."
(Isaías. Salmo IV )
Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios
del pueblo; pero no se
oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni
movimiento en las gentes.
Los doctores de la política y los facultativos de cabecera
estudiarán, sin duda, el mal:
discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios;
pero el más ajeno a la
ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos
observa este singular estado de
España : dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra
el pulso.
Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos
los que tengan algún interés
en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y
preocupen con tal suceso. Las
turbulencias se encauzan; las rebeldías se reprimen: hasta
las locuras se reducen a la
razón por la pena o por el acertado régimen: pero el corazón
que cesa de latir y va
dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo,
anuncia la descomposición y la
muerte al más lego.
La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola
fibra del sentimiento
popular. Hablaban con elocuencia los oradores en las cámaras
de sacrificar la última
peseta y derramar la postrer gota de sangre... de los demás;
obsequiaban los
Ayuntamientos a los soldados, que saludaban y marchaban
sumisos, trayendo a la
memoria el Ave César de los gladiadores romanos: sonaba la
Marcha de Cádi ; aplaudía
la prensa, y el país, inerte, dejaba hacer. Era, decíamos,
que no interesaba su alma una
lucha civil, una guerra contra la naturaleza y el clima, sin
triunfos y sin derrotas.
Se descubre más tarde nuestro verdadero enemigo; lanza un
reto brutal; vamos a la
guerra extranjera; se acumulan en pocos días, en breves
horas, las excitaciones más
vivas de la esperanza, de la ilusión, de la victoria, de las
decepciones crueles. de los
desencantos más amargos, y apenas si se intenta en las arterias
del Suizo y de las Cuatro
Calles una leve agitación por el gastado procedimiento de
las antiguas recepciones y
despedidas de andén de los tiempos heroicos del señor Romero
Robledo.
Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de sereno
juicio no la discuten; pero
ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra
bandera de las tierras que
descubrimos y conquistamos; todos ven que alguna diligencia
más en los caudillos,
mayor previsión en los Gobiernos hubieran bastado para
arrancar algún momento de
gloria para nosotros, una fecha o una victoria en la que
descansar de tan universal
decadencia y posar los ojos y los de nuestros hijos con fe
en nuestra raza : todos
esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia
popular; sólo se advierte
una nube general de silenciosa tristeza que presta como un
fondo gris al cuadro, pero sin
alterar vida, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al
que, sin saber por qué ni para
qué, le toque ocupar el Gobierno.
Es que el materialismo nos ha invadido, se dice: es que el
egoísmo nos mata: que han
pasado las ideas del deber, de la gloria, del honor
nacional; que se han amortiguado las
pasiones guerreras, que nadie piensa más que en su personal
beneficio.
Profundo error; ese conjunto de pasiones buenas y malas
constituyen el alma de los
pueblos, vivirán lo que viva el hombre, porque son expresión
de su naturaleza esencial.
Lo que hay es que cuando los pueblos se debilitan y mueren
su pasiones. no es que se
transforman y se modifican sus instintos, o sus ideas, o sus
afecciones y maneras de
sentir; es que se acaban por una causa más grave aún : por
la extinción de la vida.
Así hemos visto que la propia pasividad que ha demostrado el
país ante la guerra civil,
ante la lucha con el extranjero, ante el vencimiento sin
gloria, ante la incapacidad que
esterilizaba los esfuerzos y desperdiciaba las ocasiones la
ha acreditado para dejarse
arrebatar sus hijos y perder sus tesoros; y amputaciones tan
crueles como el pago en
pesetas de las Cubas y del Exterior, se han sufrido sin una
queja por las clases medias,
siempre las más prontas y mejor habilitadas para la
resistencia y el ruido.
En vano la prensa de gran circulación, alentada por los
éxitos logrados en sucesos de
menor monta, se ha esforzado en mover la opinión, llamando a
la puerta de las pasiones
populares, sin reparar en medios y con sobradas razones
muchas veces en cuanto se
refiere a errores, deficiencias e imprevisiones de
gobernantes: todo ha sido inútil y con
visible simpatía mira gran parte del país la censura previa,
no porque entienda defiende
el orden y la paz, sino porque le atenúa y suaviza el pasto
espiritual que a diario le
sirven los periódicos y los pone más en armonía con su
indiferencia y flojedad de
nervios. No hay exageración en esta pintura, ni pesimismo en
deducir de ella, como en
el clásico epigrama, que una cosa tan bellaca no puede parar en bien.
Que contemplen tal y tan notorio estrago los extraños con
indiferencia, y que lo señalen
y lo hagan constar los que pudieran ser herederos de nuestro
patrimonio con delectación
poco disimulada, se explica: pero los que tienen por oficio
y ministerio la dirección del
estado no cumplirán sus más elementales deberes si no acuden
con apremio y con
energía al remedio, procurando atajar el daño con el total
cambio del régimen que ha
traído a tal estado el espíritu público.
Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que
abandonar las vanidades y
sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los
organismos de la vida nacional sobre
los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios
nos consienten, no sobre las
formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie
engaña, a todos desalienta y
burla.
No hay que fingir arsenales y astilleros donde sólo hay
edificios y plantillas de personal
que nada guardan y nada construyen: no hay que suponer
escuadras que no maniobran
ni disparan, ni citar como ejércitos las meras agregaciones
de mozos sorteables ni
empeñarse con conservar más de lo que podamos administrar
sin ficciones desastrosas,
ni prodigar recompensas para que se deduzcan de ellas
heroísmos, y hay que levantar a
toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y
riesgos de parciales disgustos y
rebeldías, el concepto moral de los gobiernos centrales,
porque si esa dignificación no
se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura.
El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de
su Poder central es el mismo
que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la
decadencia de la fuerza cerebral:
primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte.
Las enfermedades dice el
vulgo, que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta
popular expresión es harto
más visible y clara en los males públicos.
La degeneración de nuestras facultades y potencias tutelares
ha desbaratado nuestra
dominación en América y tiene en grave disputa la del
Extremo Oriente; pero aún es
más grave que la misma corrupción y endeblez del avance de
las extremidades a los
organismos más nobles y preciosos del tronco, y ello vendrá
sin remedio si no se
reconstituye y dignifica la acción del Estado. Engañados
grandemente vivirán los que
crean que por no vocear los republicanos en las ciudades, ni
alzarse los carlistas en la
montaña, ni cuajar los intentos de tales o cuales jefes de
los cuarteles, ni cuidarse el país
de que la imprenta calle o las elecciones se mixtifiquen, o
los Ayuntamientos exploten
sin ruido las concejalías y los Gobernadores los juegos y
los servicios, está asegurado el
orden y es inconmovible el Trono, y nada hay que temer ya de
los males interiores que a
otras generaciones afligieron. Si pronto no se cambia
radicalmente de rumbo, el riesgo
es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo ́ y de
remedio imposible, si se
acude tarde ; el riesgo es el total quebranto de los
vínculos nacionales y la condenación,
por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo
y tras de la propia
condenación, claro es que no se hará esperar quien en su
provecho y en nuestro daño la
ejecute.
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