lunes, 26 de febrero de 2018

U10: La Mayoría de Edad de Alfonso XIII (1.902-31)

Para esta unidad, en la que continúa el Régimen de la Restauración (1.874) diseñado por Cánovas del Castillo tras la muerte de éste, nos apoyaremos en:

1) Monarquía parlamentaria (bipartidismo) de Alfonso XIII (1.902-23) 

2) Dictadura de Primo de Rivera (1.923-30) y "Dictablanda" (1.930-31)



MATERIALES ADICIONALES:

1) Canción popular española "En el Barranco del Lobo", alusiva al revés militar de 1.909 

2) Canción popular española "La Plaza de Tetuán", alusiva a las camapañas de O'Donnel y Prim en la década de 1.860, aunque recuperada en las campañas africanas del siglo XX (1.907-27)

3) Vídeo sobre la Guerra de El Rif 


 




lunes, 12 de febrero de 2018

U8: Sexenio Revolucionario (1.868-74) y I Restauración hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII (1.874-1.902)


El Sexenio Revolucionario (1.868-74)

La I Restauración (1.874-1.902//1.931)















[…] Después de una breve discusión […] se acordó por unanimidad lo siguiente:

1.º Que el objeto y bandera de la Revolución en España es la caída de los Borbones.
2.° Que siendo para los demócratas un principio esencial de su dogma político el sufragio universal y admitiendo los progresistas el derecho moderno constituyente del plebiscito, la base de la inteligencia de los dos partidos fuera que por un plebiscito […] o por unas Cortes Constituyentes elegidas por el sufragio universal, se decidiría la forma de gobierno que se había de establecer en España, y siendo la monarquía, la dinastía que debía reemplazar a la actual; en la inteligencia de que, hasta que así se decidiese, había de ser absoluta la libertad de imprenta y sin ninguna limitación el derecho de reunión, para que la opinión nacional pudiese ilustrarse y organizarse convenientemente.
[…] que se reconocía como jefe y director militar del movimiento al general Prim.
 5 de julio de 1867



 Almirante Topete - "¡Viva España con honra!" 

         "Españoles: la ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia (...) niega su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de los ciudadanos (...) y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla. (...) Hollada la ley fundamental (...), corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno, (...) muerto el Municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad; tiranizada la enseñanza; muda la prensa (...). Tal es la España de hoy. Españoles, ¿quién la aborrece tanto que no se atreva a exclamar: «Así ha de ser siempre»? (...) Queremos que una legalidad común por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos. (...) Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio universal eche los cimientos de nuestra regeneración social y política. Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren ver lo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni decrete que España ha de vivir envilecida. (...) Españoles: acudid todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre (...), no con el impulso del encono, siempre funesto, no con la furia de la ira, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!"






     Parecería trabajo pueril, ante la magnitud aterradora de la catástrofe, enumerar una por una las novedades que hay que introducir en la gobernación del Estado para curar los males que la Patria padece y evitar que se repitan (…). Hay que elevar la cultura del país convirtiendo la enseñanza de bachilleres y doctores en educación de hombres formados para las luchas de la vida y de ciudadanos útiles a su Patria. Hay que organizar los Tribunales de modo que entre ellos y la conciencia popular se restablezca aquella confianza que los desafueros de la política les arrebatara. Hay que restaurar la hacienda fundándola en prácticas de sinceridad, trayendo a tributar todas las manifestaciones de la riqueza, haciendo efectivo el principio de la proporcionalidad en las cargas (…). Y hay, sobre todo, que purificar nuestra administración, y destruir sin compasión y sin descanso ese afrentoso caciquismo de que me repugna hablar, pero en cuya extirpación me emplearía con tal empeño que, por sólo no lograrla, habría yo de considerar fracasados todos mis intentos (…).

     Necesidad imperiosa es que la vida económica del país se desenvuelva sin las trabas de una centralización que levanta entre nosotros ya alarmantes protestas. Ha de estar ciego el que no vea que casi todas las regiones de España, en particular las que se aventajan por su cultura, su laboriosidad y su riqueza, mirando quizá más a los efectos que a las causas, atribuyen a la índole misma y a la organización del poder central los malos resultados de la política seguida hasta aquí (…). Bajo poderes vigorosos que mantengan la unidad política, refrenando enérgicamente hasta la más breve tendencia a disgregaciones criminales e imposibles, yo no veo inconveniente, sino más bien ventaja, en llegar a una amplia descentralización administrativa (…).



"Varones Ilustres, ¿hasta cuándo se-
réis de corazón duro? ¿Por qué amáis
la vanidad y vais tras la mentira?."
(Isaías. Salmo IV )

         Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se
oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes.
Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal:
discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la
ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de
España : dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.
Monárquicos, republicanos, conservadores, liberales, todos los que tengan algún interés
en que este cuerpo nacional viva, es fuerza se alarmen y preocupen con tal suceso. Las
turbulencias se encauzan; las rebeldías se reprimen: hasta las locuras se reducen a la
razón por la pena o por el acertado régimen: pero el corazón que cesa de latir y va
dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la descomposición y la
muerte al más lego.

      La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola fibra del sentimiento
popular. Hablaban con elocuencia los oradores en las cámaras de sacrificar la última
peseta y derramar la postrer gota de sangre... de los demás; obsequiaban los
Ayuntamientos a los soldados, que saludaban y marchaban sumisos, trayendo a la
memoria el Ave César de los gladiadores romanos: sonaba la Marcha de Cádi ; aplaudía
la prensa, y el país, inerte, dejaba hacer. Era, decíamos, que no interesaba su alma una
lucha civil, una guerra contra la naturaleza y el clima, sin triunfos y sin derrotas.
Se descubre más tarde nuestro verdadero enemigo; lanza un reto brutal; vamos a la
guerra extranjera; se acumulan en pocos días, en breves horas, las excitaciones más
vivas de la esperanza, de la ilusión, de la victoria, de las decepciones crueles. de los
desencantos más amargos, y apenas si se intenta en las arterias del Suizo y de las Cuatro
Calles una leve agitación por el gastado procedimiento de las antiguas recepciones y
despedidas de andén de los tiempos heroicos del señor Romero Robledo.

     Se hace la paz, la razón la aconseja, los hombres de sereno juicio no la discuten; pero
ella significa nuestro vencimiento, la expulsión de nuestra bandera de las tierras que
descubrimos y conquistamos; todos ven que alguna diligencia más en los caudillos,
mayor previsión en los Gobiernos hubieran bastado para arrancar algún momento de
gloria para nosotros, una fecha o una victoria en la que descansar de tan universal
decadencia y posar los ojos y los de nuestros hijos con fe en nuestra raza : todos
esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia popular; sólo se advierte
una nube general de silenciosa tristeza que presta como un fondo gris al cuadro, pero sin
alterar vida, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al que, sin saber por qué ni para
qué, le toque ocupar el Gobierno.

      Es que el materialismo nos ha invadido, se dice: es que el egoísmo nos mata: que han
pasado las ideas del deber, de la gloria, del honor nacional; que se han amortiguado las
pasiones guerreras, que nadie piensa más que en su personal beneficio.
Profundo error; ese conjunto de pasiones buenas y malas constituyen el alma de los
pueblos, vivirán lo que viva el hombre, porque son expresión de su naturaleza esencial.
Lo que hay es que cuando los pueblos se debilitan y mueren su pasiones. no es que se
transforman y se modifican sus instintos, o sus ideas, o sus afecciones y maneras de
sentir; es que se acaban por una causa más grave aún : por la extinción de la vida.
Así hemos visto que la propia pasividad que ha demostrado el país ante la guerra civil,
ante la lucha con el extranjero, ante el vencimiento sin gloria, ante la incapacidad que
esterilizaba los esfuerzos y desperdiciaba las ocasiones la ha acreditado para dejarse
arrebatar sus hijos y perder sus tesoros; y amputaciones tan crueles como el pago en
pesetas de las Cubas y del Exterior, se han sufrido sin una queja por las clases medias,
siempre las más prontas y mejor habilitadas para la resistencia y el ruido.

     En vano la prensa de gran circulación, alentada por los éxitos logrados en sucesos de
menor monta, se ha esforzado en mover la opinión, llamando a la puerta de las pasiones
populares, sin reparar en medios y con sobradas razones muchas veces en cuanto se
refiere a errores, deficiencias e imprevisiones de gobernantes: todo ha sido inútil y con
visible simpatía mira gran parte del país la censura previa, no porque entienda defiende
el orden y la paz, sino porque le atenúa y suaviza el pasto espiritual que a diario le
sirven los periódicos y los pone más en armonía con su indiferencia y flojedad de
nervios. No hay exageración en esta pintura, ni pesimismo en deducir de ella, como en
el clásico epigrama, que una cosa tan bellaca no puede parar en bien.

      Que contemplen tal y tan notorio estrago los extraños con indiferencia, y que lo señalen
y lo hagan constar los que pudieran ser herederos de nuestro patrimonio con delectación
poco disimulada, se explica: pero los que tienen por oficio y ministerio la dirección del
estado no cumplirán sus más elementales deberes si no acuden con apremio y con
energía al remedio, procurando atajar el daño con el total cambio del régimen que ha
traído a tal estado el espíritu público.

      Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y
sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre
los cimientos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las
formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y
burla.

      No hay que fingir arsenales y astilleros donde sólo hay edificios y plantillas de personal
que nada guardan y nada construyen: no hay que suponer escuadras que no maniobran
ni disparan, ni citar como ejércitos las meras agregaciones de mozos sorteables ni
empeñarse con conservar más de lo que podamos administrar sin ficciones desastrosas,
ni prodigar recompensas para que se deduzcan de ellas heroísmos, y hay que levantar a
toda costa, y sin pararse en amarguras y sacrificios y riesgos de parciales disgustos y
rebeldías, el concepto moral de los gobiernos centrales, porque si esa dignificación no
se logra, la descomposición del cuerpo nacional es segura.

       El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo
que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia de la fuerza cerebral:
primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte. Las enfermedades dice el
vulgo, que entran por arrobas y salen por adarmes, y esta popular expresión es harto
más visible y clara en los males públicos.

      La degeneración de nuestras facultades y potencias tutelares ha desbaratado nuestra
dominación en América y tiene en grave disputa la del Extremo Oriente; pero aún es
más grave que la misma corrupción y endeblez del avance de las extremidades a los
organismos más nobles y preciosos del tronco, y ello vendrá sin remedio si no se
reconstituye y dignifica la acción del Estado. Engañados grandemente vivirán los que
crean que por no vocear los republicanos en las ciudades, ni alzarse los carlistas en la
montaña, ni cuajar los intentos de tales o cuales jefes de los cuarteles, ni cuidarse el país
de que la imprenta calle o las elecciones se mixtifiquen, o los Ayuntamientos exploten
sin ruido las concejalías y los Gobernadores los juegos y los servicios, está asegurado el
orden y es inconmovible el Trono, y nada hay que temer ya de los males interiores que a
otras generaciones afligieron. Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo
es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo ́ y de remedio imposible, si se
acude tarde ; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación,
por nosotros mismos, de nuestro destino como pueblo europeo y tras de la propia
condenación, claro es que no se hará esperar quien en su provecho y en nuestro daño la
ejecute.