Texto nº1
En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.
Edicto de Abd al-Aziz ibn Musa ibn
Nusair a Tudmir ibn Gandaris.
Este último obtiene la paz y recibe la promesa, bajo la garantía de Dios
y su profeta, de que su situación y la de su pueblo no se alterará; de que sus
súbditos no serán muertos, ni hechos prisioneros, ni separados de sus esposas e
hijos; de que no se les impedirá
la práctica de su religión, y de que sus iglesias no serán quemadas ni
desposeídas de los objetos de culto que hay en ellas; todo ello mientras satisfaga las obligaciones
que le imponemos. Se le concede la paz con la entrega de las siguientes
ciudades: Uryula (Orihuela), Baltana, Laqant (Alicante), Mula, Villena, Lurqa
(Lorca) y Elio. Además, no debe dar asilo a nadie que huya de nosotros o sea
nuestro enemigo; ni producir daño a nadie que huya de nosotros o sea nuestro
enemigo; ni producir daño a nadie que goce de nuestra amnistía; ni ocultar
ninguna información sobre nuestros enemigos que pueda llegar a su conocimiento.
Él y sus súbditos pagarán un
tributo anual, cada persona, de un dinar en metálico, cuatro medidas de
trigo, cebada, zumo de uva y vinagre, dos de miel y dos de aceite de oliva;
para los siervos, sólo una medida.
Dado en el mes de Rayab, año 94 de
la Hégira. Como testigos, ‘Uthman ibn Abi ‘Abda, Habib ibn Abi ‘Ubaida,
Idrís ibn Maisara y Abu l-Qasim al-Mazali.
Texto nº2
Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva, y el ejército de
Alqama (con 187.000 soldados) llego hasta él y alzó innumerables tiendas frente
a la entrada de la cueva. El predicho obispo subió a un montículo situado
ante la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: 'Pelayo, Pelayo, ¿dónde
estás?' El interpelado se asomó a la ventana y respondió: “Aquí estoy”. El
obispo dijo entonces: “Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace
poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más
que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido
todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas,
¿podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil”. Escucha mí
consejo: “vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la
amistad de los caldeos”. Pelayo respondió entonces: “¿No leíste en las Sagradas
Escrituras que la Iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y
de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?” El obispo contestó:
“Verdaderamente, así está escrito”. Pelayo dijo: “Cristo es nuestra esperanza;
que por este pequeño montículo que ves sea España salvada y reparado el
ejército de los godos”. Confío en que se cumplirá en nosotros la promesa del
Señor, porque David ha dicho: ¡Castigaré con mi vara sus iniquidades y con
azotes sus pecados, pero no les faltará mi misericordia!. Así, pues, confiando
en la misericordia de Jesucristo, desprecio esa multitud y no temo el combate
con que nos amenazas. “Tenemos por abogado cerca del Padre a nuestro Señor
Jesucristo, que puede librarnos de estos paganos”. El obispo, vuelto entonces
al ejército, dijo: “Acercaos y pelead. Ya habéis oído cómo me ha respondido, a
lo que adivino de su intención no tendréis paz con él, sino por la venganza de
la espada”.
Alqama
mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se
levantaron los fundíbulos, se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se
encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se
mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los
fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de
la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. Y
como Dios no necesita las lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien
quiere, los cristianos salieron de la cueva para luchar con los caldeos;
emprendieron éstos la fuga, se dividió en dos su hueste, y allí mismo fue al
punto muerto Alqama y apresado el obispo Oppas. En el mismo lugar murieron
ciento veinticinco mil caldeos, y los sesenta y tres mil restantes subieron a
la cumbre del monte Aseuva y por el lugar llamado Amuesa descendieron a la
Liébana. Pero ni estos escaparon a la venganza del Señor; cuando atravesaban
por la cima del monte que está a orillas del río llamado Deva, junto al predio
de Cosgaya, se cumplió el juicio del Señor: el monte, desgajándose de sus
cimientos, arrojó al río los sesenta y tres mil caldeos y los aplastó a todos.
Hasta hoy, cuando el río traspasa los límites de su cauce, muestra muchas
señales de aquéllos.
Texto nº3
Cuentan algunos historiadores que el primero que reunió a los fugitivos
cristianos de España, después de haberse apoderado de ella los árabes, fue un
infiel llamado Pelayo, natural de Asturias, en Galicia, al cual tuvieron los
árabes como rehén para seguridad de la gente de aquel país, y huyó de Córdoba
en tiempo de Al-Hurr ben Abd Al-Rahman Al-Thaqafi, segundo de los emires árabes
de España, en el año sexto después de la conquista, que fue el 98 de la Hégira. Sublevó a los cristianos contra el lugarteniente de Al-Hurr, le
ahuyentaron “y se hicieron dueños del país, en el que permanecieron reinando,
ascendiendo a veintidós el número de los reyes suyos que hubo hasta la muerte
de Abd Al-Rahman III”.
Dice Isa
ben Ahmad Al-Razi que en tiempos de Anbasa ben Suhaim Al-Qalbi, se levantó en
tierra de Galicia un asno salvaje llamado Pelayo. Desde entonces empezaron los
cristianos en al-Andalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún
quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamitas, luchando
contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de su país
hasta llegar a Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado
Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugió el rey
llamado Pelayo con trescientos hombres.
Los
soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no
quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían qué
comer sino la miel que tomaban de la dejada por las abejas en las hendiduras de
la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los
despreciaron diciendo: 'Treinta asnos salvajes ¿qué daño pueden hacernos?' En
el año 133 murió Pelayo y reinó su hijo Fáfila. El reinado de Pelayo duró
diecinueve años, y el de su hijo dos. Después de ambos reinó Alfonso, hijo de
Pedro, abuelo de los Banu Alfonso, que consiguieron prolongar su reino hasta hoy
y se apoderaron de lo que los musulmanes les habían tomado.
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